Freud describió al juego como un “proceso que
permite al niño elaborar activamente situaciones que vive pasivamente”.
Permitiendo al niño desarrollar todas sus potencialidades. Es uno de los
aspectos más importantes del desarrollo infantil, a través de él, el niño
comienza desde su nacimiento a conectarse con el mundo, es un medio de
adaptación tanto intelectual como afectiva. Jugar es crear, construir,
participar, elaborar, armar, desarmar, plantear y replantear. También es un
aprendizaje, se aprende a perder, ganar y a respetar: mi turno, mi lugar y al
rival, el cual en un rato volverá a ser mi compañero. Con el tiempo, esto
sucederá en la vida y que mejor que prepararlos desde pequeños. Es la manera más
saludable de comenzar a enseñar y trasmitir valores a los más pequeños, futuros
adultos de nuestra sociedad.
El
juego brinda herramientas que le permiten al niño conectarse con la realidad,
poder modificarla cuando es dolorosa y volver a disfrutarla si fue placentera.
Es fundamental para la formación de los chicos que encuentren un espacio para
poder desarrollar su imaginación y aprender a relacionarse. Cuando el
niño juega se alimenta de elementos que extrae de la realidad, el niño
representa, cuando juega aquello que en la realidad le impresiono, al adulto
que admira por su sabiduría, sus condiciones humanas, sus valores sociales,
etc. El docente
tiene que comprender esos momentos evolutivos: comprender el parangón entre el
juego infantil y la cultura como forma de juego. En efecto; lo primero que el
docente debe tener en cuenta es que el juego constituye la actividad
fundamental del niño y que, gracias a esa actividad, los niños consiguen
convertir la fantasía en realidad. El juego es un modo de expresión
importantísimo en la infancia, una forma de expresión, una especie de lenguaje,
por medio de la cual el niño exterioriza de una manera desenfadada su
personalidad. Por esta razón el juego es una actividad esencial para que el
niño se desarrolle física, psíquica y socialmente. El niño necesita jugar no
sólo para tener placer y entretenerse sino también, y este aspecto es muy
importante, para aprender y comprender el mundo.
Nuestro rol como
futuros docentes debe ser de animar el juego o incluso de un jugador más. Si nos
queremos convertir en directores del juego, en personas adultas y serias, que
mandan, organizan y disponen, jamás lograremos un clima adecuado, donde el niño
se exprese de manera autónoma y libre mediante el juego. Esto no significa que
debamos dejar a nuestros alumnos solos, sino que debemos orientarlos, darles
ideas y animarlos, con el propósito de que, en sus períodos de juego, los niños
encuentren en sus maestros a alguien al que pueden acudir de una forma algo más
distendida. Para ello, el maestro debería tener en cuenta, en su rol de animador-estimulador del juego, una
serie de elementos: El profesor debe facilitar al alumno las mejores
condiciones posibles para el juego y debe ser capaz de organizar el ambiente
del mismo, Los materiales lúdicos que van a utilizar nuestros alumnos deben ser
estudiados y seleccionados cuidadosamente.
Todo niño debe
desarrollar tanto el juego libre como el juego organizado, debe jugar
individualmente y en grupo. Diversas investigaciones señalan que el juego entre
dos niños dura más tiempo y es más productivo que el individual o el de tres o
más niños; sin embargo, debemos añadir que el juego espontáneo e individual se
enriquece con las aportaciones y experiencias que aporta el juego colectivo.
Por tanto, el docente debe estructurar y organizar el tiempo para cada
tipo de juego que utilice en su clase.
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